Foto: Carlos Peláez https://www.instagram.com/carlospelaezphotographer/
Dos ángeles custodios bajo la inscripción en latín “EGO SUM RESURRECTION ET VITA” (Yo soy la resurrección y la vida) son los encargados de velar por el sueño eterno de cada uno de los miembros que reposan en este majestuoso mausoleo, perteneciente a una de las familias más representativas de Medellín: la familia Echavarría.
Alejandro Echavarría, fue un patriarca antioqueño y uno de los hombres más importantes en cuanto al desarrollo económico de Medellín, fundador de varias empresas de la ciudad, entre las cuales se destaca una, que se convertiría en el ícono de la industrialización paisa: Coltejer.
Tanto don Alejandro como sus hijos, se destacaron como grandes empresarios y filántropos en Colombia, dejando una gran herencia, industrial y cultural en la región.
Y es aquí, donde sus cuerpos reposan por toda la eternidad, junto con sus grandes historias.
Foto: Carlos Peláez
Pero no solo en el mausoleo se encuentran los cuerpos de los nobles empresarios, pues en su paredón, entre losas de mármol, yacen otros cuerpos sin vida, de la ilustre familia.
Así mismo, en el piso, en el centro del mausoleo, se encuentra una hermosa lápida de bronce, que conduce al osario de Isolda, la única hija de don Diego Echavarría, (hijo de Alejandro), quien, a sus 19 años, falleció a causa del síndrome de Guillain Barré, una afección que ataca el sistema nervioso y la cual, para el momento, no tenía cura.
Siendo muy joven, Isolda dejó el castillo y viajó a los Estados Unidos a adelantar estudios en Derecho y Diplomacia. Un año atrás había sido presentada en sociedad, ese día lució un vestido blanco de seda, canutillos y perlas, el cual aún se conserva en su habitación, como si el tiempo no pasara; para ese entonces, Isolda comenzaba a proyectar su vida para convertirse en la única heredera de los Echavarría Zur Nieden.
Foto: Carlos Peláez
Isolda, era todo un artista integral, tocaba el piano con una de sus grandes amigas: Blanquita Uribe; al igual, estudió Ballet y recibió clases de pintura.
Junto con su madre, recreó escenas de los cuentos de los hermanos Grimm, uno de sus preferidos, los cuales más adelante, servirían como cenefa, en la parte superior de las paredes de su habitación.
Y es que este Castillo no hace parte de ningún cuento de hadas, película de Disney o reyes europeos, ésta es una historia real que toca las entrañas antioqueñas, que habla de cultura, arte y música, pero que también envuelve mitos; y eso de que: “vivieron felices para siempre” no hace parte de esta historia.
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Luego de su retorno a Colombia, en el año 1934, don Diego Echavarría, junto con su esposa Benedicta Zur Nieden, buscaron un sitio adecuado que sirviera de residencia para la familia; por ello escogieron un lugar lleno de aire fresco, hermosos paisajes, y abundante naturaleza al sur del Valle de Aburrá, La Carola, una hermosa finca a la cual don Diego llamaría más adelante “Aires de Dita” en honor a su esposa Benedicta, hoy comúnmente denominado, sector Ditaires, en el municipio de Itagüí.
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Hacia 1930, comienza la construcción de uno de los lugares más hermosos que pueda tener Medellín, “El castillo”.
La idea original de esta creación, fue del señor José Tobón Uribe, hermano de Pablo Tobón Uribe y fundador de las cadenas de farmacias Pasteur.
José Tobón, estudió medicina en París, y desde entonces tuvo gran amor por la arquitectura medieval inspirada en los castillos del Valle de Loira, a tal punto llegó su afecto, que, al regresar a su tierra natal, contrató al arquitecto Nel Rodríguez, para que comenzará a construir el sueño de tener su propio castillo.
Para 1942, después de la muerte de Tobón, su esposa, decidió vender la edificación a don Diego Echavarría, que para aquel entonces, aún vivía en su finca Aires de Dita, en el municipio de Itagüí.
En 1943, la familia Echavarría Zur, trasladan su domicilio a este espectacular sitio, donde logran convertirlo en un gran recinto lleno de muebles, cuadros y objetos valiosos, que hasta el día de hoy, pueden ser apreciados por sus visitantes.
Allí precisamente, nació Isolda, pasó su niñez y parte de juventud, rodeada de los más espléndidos paisajes, llenos de extensos jardines, que más adelante serían donados para obras benéficas de la ciudad.
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La familia se distinguió en la clase alta por su gran sencillez, sin embargo, el buen gusto era inédito, a tal punto que hoy después de tantos años, se pueden apreciar algunos de sus obras decorativas más valiosas, como si el tiempo se hubiese detenido tal y como en un cuento de hadas, solo que, en este cuento, los personajes ya no existen.
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Al entrar al castillo, se puede observar la majestuosidad de sus salones, la elegancia y buen gusto que la familia tenía por el arte, que incluye para este caso, la música, la pintura y la literatura; no en vano uno de los sitios predilectos de don Alejandro, era su biblioteca personal, donde hoy se aprecia la colección con sus más de 3000 mil obras, algunas escritas en otros idiomas, pues cabe resaltar que, este gran filántropo antioqueño, hablaba 5 idiomas.
Como todo castillo, este posee los escenarios más exquisitos, donde nos lleva a imaginar, una familia de opulencia, de grandes fiestas sociales, donde sus invitados disfrutaban de toda la elegancia de este fino lugar, adornado con las más preciosas lámparas, sillas decorativas, vajillas con borde de oro, cuadros y bustos de los más grandes artistas, y demás objetos de valor que aún conservan la historia.
Sin embargo, pese a todo esto, en 1967, la familia Echavarría Zur, recibiría uno de los golpes más duros de su vida, la muerte de su única hija.
Su cuerpo fue preparado en los Estados Unidos, para ser repatriado días después de su fallecimiento. Lo cual produjo algunos mitos en este lugar.
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Durante su vida, don Diego se distinguió por ser un hombre de negocios, pero también gran participe de ayuda a la ciudadanía; a él, se le atribuye la ayuda en la construcción de una clínica en el corregimiento de Prado, de igual manera, la Fundación Biblioteca de Itagüí, donó parte de sus predios de la finca Ditaires, para la construcción de la escuela del barrio Santa Ana, llamada Isolda Echavarría, en honor a su hija, entre otras.
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En 1971, los Echavarría vuelven a recibir otro impacto, que sería el comienzo, del fin para esta familia; don Diego, es secuestrado por delincuentes comunes, y un mes y medio más tarde hallado muerto en un barrio de la ciudad.
Esta acción, más la muerte de Isolda, llevaría a doña Benedicta Zur Nieden a tomar determinaciones sobre su fortuna.
Pues está caritativa y honorable dama, al encontrarse desolada sin su familia, quiso regresar a su natal Alemania, dejando organizada toda su fortuna quien fue repartida entre entidades culturales y educativas; entre ellas entregó su castillo para que éste fuera convertido en museo, símbolo de historia y parte de la cultura de toda una región.
Doña Benedicta Zur Nieden, murió a los 86 años, el 29 de diciembre de 1998, cerrando así, la historia de la familia Echavarría Zur Nieden.
Este es un pequeño relato, de quienes habitaron el castillo, un lugar majestuoso, que cuenta la vida de una de las familias más representativas de Medellín, no solo por su gran capacidad económica, sino, por lo que significó cada obra de sus integrantes para el desarrollo de lo que hoy se conoce como la ciudad más innovadora de Colombia.
Juan Pablo Díaz García
Luis Fernando Acevedo C
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