Foto: Karina Cubillo /Pixabay
Dentro de las creencias cristianas, el mes de noviembre, es adjudicado a los fieles difuntos o también llamadas ánimas del purgatorio; aquellas, que no han sido tan buenas para alcanzar la luz perpetua, ni tan malas para ir eternamente al infierno.
Dentro de la tradición, existe un personaje, que cada año, durante este mes, tiene la labor titánica de sacar del cementerio a las ánimas del purgatorio, y darles un recorrido por todo el pueblo, mientras él, va pidiendo oración por cada una de ellas, con el fin que, puedan ganar indulgencia y alcanzar el descanso eterno.
Para poder describir plenamente esta labor, nuestro periodista Juan Pablo Díaz, encarnó en este típico personaje, tomó la capa y el sombrero del animero de Copacabana, y durante una noche recorrió las calles del municipio, para vivir en carne propia esta peculiar tradición.
Animero por un día
“Por primera vez en 56 años, Jesús Torres o Chucho Huevo, como es conocido en el pueblo, pasa de ser animero, para convertirse en asistente, de quien por una noche tendría la responsabilidad de sacar del cementerio, a las benditas almas del purgatorio.
Copacabana extrañó la potente voz de Jesús Torres, pidiendo un padre nuestro por las ánimas del purgatorio; en su reemplazo, una más joven y más aguda se escuchó por las calles del municipio.
Mi voz, interrumpió el sueño de quienes habitan los 10 barrios por donde se realizó el recorrido, y es que, nadie más, diferente a él, había sido capaz de tomar en sus manos la campana que emite el sonido más temido de los habitantes de Copacabana.
Foto: Rusell Smith / Pixabay
Cruzar las galerías del cementerio se hizo eterno, después de dar el primer paso no hubo vuelta atrás, era un camino sin retroceso.
La campana emitió un sonido permanente, desde el campo santo, hasta el primer barrio que se recorrió; un llamado a entrar en silencio, a entrar en la oración, a hacer una petición, a vivir una tradición.
Foto: Juan Pablo Díaz / cortesía Revista El Sitio
El sombrero cubría una parte de la visión, no se podía mirar para atrás, era inevitable no pensar en lo que pasaría si lo hubiese hecho, la curiosidad y el respeto por esta tradición, solo daba para mirar de reojo y ver las sombras de aquellos que hacían el recorrido con nosotros.
Tres campanazos indicaba que era la hora de comenzar a pedir por las calles: “un padre nuestro por las benditas almas del purgatorio”, el escalofrío invadía mi cuerpo y fue inevitable que mis ojos no se aguaran, no por miedo, sino por la oportunidad de vivir esta experiencia.
Por momentos, el camino se hacía largo, comencé a sudar con la capa, la garganta se empezó a secar, de tanto pedir una oración por ellas, al frente mío solo podía ver el asfalto de las calles y mis pies; la voz de Chucho, guiaba el camino.
El último barrio que se recorrió, fue las Vegas; el camino al cementerio se iba haciendo más corto, la experiencia iba llegando a su fin. Oramos por ellas hasta llegar a la capilla, donde para finalizar, me arrodillé y con una “gloria” se dio por terminado el recorrido”.
Foto: Stefan Keller / Pixabay
Según la creencia popular, el animero saca las ánimas del panteón, para que, los fieles pidan por ellas, en un largo recorrido; pero, se debe tener en cuenta que, deben estar de regreso al cementerio, antes de las tres de la madrugada. De no cumplirse, las almas de estos difuntos, podrían convertirse en duendes y/o brujas.
Así que, si deseas vivir esta tradición, podrás hacerlo siempre y cuando tengas la fe y el respeto que se merece, pues no solo es un tema que concierne a los vivos, sino también a las almas de los difuntos que aún no pueden descansar en paz.