Foto: Carlos Peláez.
Ahora sin carros, el puente de Guayaquil cuenta un fragmento de la historia de la Medellín de finales del siglo XIX. La estructura, que junto con otros 15 puentes hacen intersección con el río Medellín a lo largo de los casi 60 km del Valle de Aburrá, es la más antigua de su tipo que se conserva en la ciudad. Fue construido entre 1878 y 1879 bajo la dirección del alemán Enrique Von Haeusler, quien dirigió las obras públicas del Estado Soberano de Antioquia, y James Tyrrell Moore, ingeniero de minas inglés
Y aunque Guayaquil es el puente en pie más antiguo, vale la pena aclarar que no fue el primero en construirse, porque para ese entonces ya existía un puente sobre lo que hoy es la calle Colombia, aunque posteriormente fue reconstruido. Sin embargo, con la llegada de esta nueva estructura se estableció una conexión vial y comercial entre Medellín y la ladera occidental llamada Otrabanda y, directamente, con el actual barrio Belén, que para la época era un corregimiento poblado por familias que llegaban del occidente antioqueño y se dedicaban a la agricultura y la ganadería.
La construcción del puente obedeció a dos factores; el primero de ellos tuvo que ver con un conflicto de intereses, según se describe en un fragmento del libro “La sede de Otrabanda”, que narra cómo los hacendados y campesinos ribereños ubicaban las cuelgas a su conveniencia para mejorar sus tierras y pasar de una ladera a otra, ignorando el perjuicio colectivo. Hasta que, en 1875, Valerio Lotero Álvarez, habitante de Belén, se ofreció ante el Concejo a arreglar el cauce del río a la altura de Guayaquil, evitando así la extensa travesía de ir hasta el puente Colombia.
Foto: Carlos Peláez
El segundo factor, obedece a que en temporadas de lluvias las estructuras eran arrasadas por las crecientes y los desbordamientos del río Medellín, por lo que se vio la necesidad de construir una estructura que hiciera frente a esta problemática. Se propuso entonces, erigir un puente colgante o uno de arco de luz mayor, siendo este último elegido como el más apto en condiciones técnicas. Así pues, se construyó un intercambio vial con tres arcos románicos hechos de ladrillo de tierra cocidos, cohesionados con una mezcla de cal y argamasa, con piso de piedra cuarzo.
Y dentro de esa historia que guarda el puente de ladrillo más antiguo de Medellín, hay un capítulo apartado para una sombra que durante décadas visitó a Guayaquil: el de la pena de muerte. El destino de los condenados de la Medellín de antaño encontraba su fin en las plazas públicas, principalmente, en el puente símbolo de progreso y desarrollo de esta ciudad. Ese fue el destino de Jesús María Tamayo, primer fusilado del siglo XX (1902), acusado de envenenar a su esposa María Josefa Echavarría, el 4 de agosto de 1898. Mientras estaba sentado en una silla de madera en el puente de Guayaquil, con las manos atadas y los ojos vendados, dieciséis hombres armados pusieron fin a la vida de Jesús María Tamayo en nombre de la justicia terrenal y divina que se permitía el peor de los castigos.
Foto: Carlos Peláez
Durante años, el puente mejoró la calidad de vida de muchos ciudadanos, a otros simplemente los vio morir en medio de lo que llamaría don Henrique Gaviria Isaza, escritor del reportaje de la muerte de Tamayo, “un acto descarnado, una acción baja, ruin y cobarde, que subleva el corazón”. Es así, como Guayaquil no solo es un puente, sino la historia de una ciudad de contrastes en donde el progreso y la muerte aún conviven a diario en los mismos ladrillos y pisando las mismas piedras.
María Camila Tamayo Tamayo